Pintura de José Luis Domínguez
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Apareces
en la pleamar de una tarde,
tallo
enjuto,
libido
en silencio;
somos
presas del pudor,
islas
que se refugian
bajo
una nube de jazz
a
punto de descargar.
Hermana
de los árboles,
vuela
mi imaginación y te veo
posada
en mí
suelta
y libre
cual
erótica ninfa,
muy
lejos de esta sequedad
en
tonos malva
que
nos va rodeando.
No
hay definición de inocencia
que
se aproxime a tu gesto callado,
se
esfuma todo verso y todo afán
tras
la aparente distancia.
Repto
hasta tus pies
con
hambre de lujuria
sólo
para comprobar
que
tu único amante es Joyce
y
sus maneras,
la
lírica,
esa
religiosa cultura que te ciega
desde
aquel atril
ya
sin voz.
Y
tras la oscuridad
desciendes
las escaleras
y
no más puedo mirarte,
nuestro
bosque es utopía
de
labios que no hablaron
por
no saber confiar.
Aquélla ninfa,
ResponderEliminarcautivadora,
sólo tenía pasión
por la lectura,
tan cerca y tan lejos
a la vez
de todos los Joyceanos.
Siempre recordaré
la pasión con la que
devoraba ese libro
de "literatura universal".
Eligió, en definitiva,
un buen amante.
Ambos partieron,
al caer la tarde.