A Munch y su erotismo oculto.
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Liquidito,
y
las líneas de mi cuerpo
se
vectorizan por ti,
hinchazón
bajo la ropa
en
el momento de pedir
la
copa de marras.
Liquidito.
Tu
mano me conduce
al
secreto que ocultas
bajo
un ardor imposible,
me
abstraes del entorno
con
tus mordiscos
incontenibles,
extensivos...
Liquidito.
¿Notas
como sabe?
¿Sabes
ya del aleteo?
¿Sientes
la urgencia
de
estos animales
del
liquido esclavos?
Mi
ser completo desea
abrir
la veda contigo,
reconocer
de nuevo
el
gusto salado del amor
en
camas que huelan
a
sexo líquido,
a
savias...
A
vidas.
Sangre
y semen,
fluidos
de la vida
te
hacían consciente
de
mi entrega
en
aquella noche de velas
que
se agitaban cada vez
que
me encadenabas brutalmente
a
tu cuerpo.
Sangre
sin
prisa y sin demora
sobre
tu corto vestido;
gotas
de semen morboso
surcando
la travesía
de
tus adentros,
decididos
a transcribir
la
lectura del amor
que
nunca dejamos
de
inhalar.
Pudo
llover en la azotea,
pero
no hubo caso.
El
imán de tus piernas
no
pudo en la pelea
con
la encerrona de mis dudas,
pesaban
tanto
nuestras
veinticuatro horas
juntos...
Y
la lujuria se rozaba
con
tus manos atrevidas,
y
yo sin poder persuadirme
de
mí mismo,
me
perdí en la noche equivocada.
No
pudo llover
aun
imaginándonos
en
nuestro sofá,
en
tu cama,
sobre
la encimera
o
contra el balcón.
No
llovió,
no
escuché la sucesión de orgasmos
que
prometías,
no
estuve a la altura de tus deseos
y
allí se quedaron,
postrados
en la cama del olvido.
¿De
qué sirve,
soledad,
el
erotismo cuando
no
hay con quién compartirlo?
Las
manos no responden,
pues
no existen ya más excitantes
que
los que tu marcas.
No
es triste esta noche
sino
todas las que me he perdido,
todas
las que no llegan
porque
dejaron de existir.
Si
me calcé los zapatos
de
ave de la estepa
no
fue sino para alejar de mí
aquellas
camas sin futuro ni entrega
donde
tan sólo llovía
y
nada más...
No
es posible el arrepentimiento
cuando
por propia voluntad
se
deja escapar la ocasión
del
calor fugaz,
de
la nada;
desde
las profundidades
se
me dicta esta aridez
de
noches azules
donde
la ausencia crece en mí
como
diente de leche
que
promete desaparecer
en
algún momento .
Dulce
luna
a
la hora de las brujas
un
verano cualquiera.
Tú
asomándote al balcón
de
mis intenciones
con
cara de poker
pero
deseosa;
yo
con la mirada ebria
borracho
por adorar
tu
cuerpo.
Un
concierto
da
paso a unos labios,
tu
sonido insistente
hace
volar mis manos
por
encima de tus piernas
tan
doradas al sol,
y
ahora veo cumplida
la
promesa de hace rato
y
quiero llevarte al jardín
para
endulzar la oscuridad
de
sabores nuevos,
desatar
entera tu pasión
y
derramar las ansias contenidas
de
ambos...
Pero
el alcohol nos traiciona
en
los prolegómenos del combate
y
no podrá ser,
el
sueño se esfuma
y
la cama nos espera despierta
para
acogernos dormidos.