miércoles, 5 de octubre de 2011

Otoño


EPITAFIO

Un pájaro vivía en mí.
Una flor viajaba en mi sangre.
Mi corazón era un violín.

Quise o no quise. 
Pero a veces me quisieron.
También a mí me alegraban:
la primavera, las manos juntas, 
lo feliz.
¡Digo que el hombre debe serlo!

(Aquí yace un pájaro.
                                     Una flor.
                                                    Un violín.)


   Juan Gelman

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Entra el otoño por la puerta
sonando a primavera,
sin expectativas esta vez,
cansado de resbalar con hojas secas
y memorias de lo absurdo.
Ha dejado su maleta aquí,
junto a las partituras y el piano
como huyendo del calor estival,
al abrigo de mi sombra fría,
buscando paz y recogimiento.
No es necesario preguntarle nada,
pues me ha contado al oído
que cada mañana irá dejando
notas en el aire de mi habitación;
a veces hablarán de olores a humedad
y tierra fresca,
otras de bellos parajes mentales que se decidieron
a volver.
Y tengo que abrazarle en su regreso
porque su esencia es mi esencia,
a pesar del rencor de estos años
de los recuerdos de sábanas gélidas,
de los llantos mirando nubes...



El regreso de las tierras,
de los rojizos,
de la paleta de la decadencia
asoma poco a poco en cada amanecer.
Aún no es visible,
pues el Rey se ha apoltronado en su cetro
ayudado por mis súplicas;
pero es inútil,
el cambio ya se siente en las miradas
y los trajines callejeros,
aun sin nubes de algodón,
en la oscuridad que te va devorando
mientras disfrutas un café con amigos,
en los fríos repentinos que te recuerdan
el anhelo de no dormir siempre solo.
 
Las tierras y rojizos ya están de vuelta,
llenando tras mucho tiempo
mis lienzos de nueva vida.



Esperaba la noche de Elvas
que flotáramos juntos otra vez
sobre el cielo de esta ciudad
que un día nos vio nacer,
pero no fue así...
Aunque hubo energías y corrientes
que impulsaron los látidos,
nos permitimos releer detalles
y anatomías olvidadas,
estuvimos entrando y saliendo
a través del tiempo
con cada minuto de reloj...
 
Esperaba la noche de Elvas
un final de fiesta distinto,
y obtuvo en su lugar
nuestra respuesta de sudor y piel
que tanto nos gustó siempre,
los signos de la batalla campal
entre muros de verano,
el beso de un hasta luego
por fin pacificador...

Elvas ya no ha de esperar,
Elvas quedó allí,
con su caballería y sus alturas
cerrando el sepulcro donde yace
lo peor de lo nuestro...



Mi bella hormiga,
¡qué tristeza que no veas
la fuerza en toda ti!
¿Para qué querríamos
atracciones fatales
si compartimos apoyos
y desesperación?
El recuerdo de un día de playa
o tus palabras alentadoras
llegándome en la soledad de King's Cross
ya abonaron la tierra
que ahora comparto contigo
con el fin fundamental
de que las cámaras de fotos
no acaben echando de menos
tu sonrisa.
Porque quiero tu alegría interior,
porque sólo debes dar riego
a esa flor medio marchita
que escondes por ahí
y olvidar esas negras creencias,
los envites del pasado
y los fondos del abismo
que te encierran en el terror...
No temas,
camino contigo
y siempre llevo muletas de repuesto
para tramos cuesta arriba.





Montes de Sanabria,
gigantes cuevas para lobos
de nuestra imaginación.
Montes, lagos, ríos,
seres vivos más al norte
como parientes lejanos que uno
nunca ve;
goteo de las primeras heladas
en los mercados,
gentío sumergido en vivos colores
dispuestos sobre los tenderetes,
el cielo nos protege y nos otorga
el preciado regalo de la nieve.
Cabañas, chozas, callejones,
picos nevados,
paseos en bici entre la niebla
como puro simbolismo de la felicidad,
retales de unas tierras perennes
que aún recuerdan nuestros nombres...




Bonito,
bonita despedida y colofón
arrancándote besos
tras contar y escuchar
pasados de lata
desde nuestras viejas prisiones.
Culmen de estación oscura,
paraje ideal para las manos
que no supimos aprovechar.
Bonitos mis ojos jugando a encontrarse
brillos esquivos y vuelos de tu falda
como culpables directos
de la libido que me produces
hace rato.

Bonita noche, sí,
casi mejor no le buscamos foto
puesto que no tuvo título...

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